lunes, 22 de noviembre de 2010

OPINION....De Mokorón a Harbour Head

Por: Humberto Belli Pereira
E l 1 de mayo de 1957 el estado nacional de Managua estaba abarrotado de un pueblo expectante. Era la toma de posesión de Luis Somoza, cuyo padre Anastasio había sido asesinado el año anterior. La oposición estaba ardida ante el continuismo de la familia gobernante y ante elecciones efectuadas a la sombra de la ley marcial. El nuevo Presidente tomó la palabra y en su discurso soltó la noticia electrificante: Ese día, tropas hondureñas habían masacrado a 38 guardias nacionales estacionados en el puesto fronterizo de Mokorón. Tras el estupor inicial y una breve arenga, Somoza gritó: ¡Levanten las manos los que están dispuestos a defender la patria! Un mar de brazos unánimes se alzaron al cielo en medio del griterío.
En un instante, al ánimo del país había cambiado. Millares de voluntarios acudieron a sesiones de entrenamiento militar, mientras una turba exaltada intentó quemar la embajada de Honduras. ¡Había que enseñarle a esos catrachos a respetar Nicaragua! Ya no habían elecciones amañadas, divisiones, ni resentimientos. Todos los nicaragüenses eran uno. Incluso Carlos Fonseca y Silvio Mayorga, como leemos en las memorias de Humberto Ortega, propusieron a Somoza la movilización militar de la juventud nicaragüense.
Después la pelota se desinfló gradualmente. Los diferendos limítrofes fueron trasladados a la Corte Internacional de La Haya y no aparecían por ningún lado datos sobre los muertos del ataque. Entró entonces la sospecha, y después la certeza, de que Mokorón había sido una patraña. Pero Somoza ya había conseguido su propósito: distraer a la población de sus enojos políticos y comenzar su período como un gran nacionalista, defensor de la soberanía nacional.
El nacionalismo ha sido uno de los sentimientos más fáciles de explotar a través de la historia. Aunque puede y debería tener un aspecto noble, que es amor a la patria, muchas veces es un sentimiento atávico y tribal, una especie de droga que nubla la razón y convierte a hombres y mujeres en fieras, dispuestas a clavarse los colmillos y verter sangre.
Es también una pasión que devela la incoherencia o hipocresía que a veces nos acompaña. Bajo su extraño influjo, hombres incapaces de sacrificarse en lo más mínimo por sus esposas o hijos, se convierten de súbito en candidatos al martirio por una abstracción llamada patria. Incluso violadores, incapaces de respetar la soberanía del cuerpo de una mujer, se rasgan de pronto las vestiduras, indignados antes quienes violan el territorio de su patria, aunque sea un fangal.
Hoy vemos la repetición del mismo libreto. Como buen discípulo de los Somoza, Ortega está explotando el diferendo con Costa Rica para apuntalar su puntaje político y proteger su plan reeleccionista. La declaración de la OEA, como lo señaló recientemente Danilo Aguirre, acogía en tres de sus cuatro resoluciones las pretensiones de Nicaragua: el amojonamiento basado en los laudos, la comisión binacional, y los buenos oficios de la organización para dialogar. Era una clara victoria para el país. Pero Ortega objetó un cuarto punto secundario, de por sí razonable, cual era alejar temporalmente de la zona disputada las fuerzas armadas de ambos países. Echó así al traste las ganancias obtenidas y causó un empeoramiento de las tensiones, más cuando condimentó su rechazo con la amenaza de retirarse de la OEA y el insulto a países amigos. Sus acciones parecieron calculadas para complicar y prolongar un conflicto que le beneficia.
El batir tambores en defensa de la soberanía nacional también vuelve a manifestar la hipocresía de sus abanderados. Como ya ha sido señalado por muchos, es contradictorio mostrar celo por defender la soberanía territorial de Nicaragua, y violar impunemente la soberanía de su pueblo. Una de las peores formas de irrespetarla es falseando los resultados de las elecciones, que es el instrumento a través del cual el pueblo manifiesta y hace efectiva su soberanía. La soberanía nacional se respeta cuando se respeta la voluntad popular. ¿De qué sirve que un lodazal sea tico o sea nica si no se respeta la soberanía de los que viven en él?
Pero la incoherencia salpica también a los gobernados. Porque son muchos los que tomarían sin vacilar las armas para defender una isla de su territorio ante un agresor externo. Pero pocos los que arriesgarían el físico en las calles para defender la soberanía de todo un pueblo ante el agresor interno. Hasta el día que venzamos ésta y otras incoherencias seremos soberanos. La soberanía sale de adentro para afuera. No al revés.

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