viernes, 10 de septiembre de 2010

RECORDANDO LAS TORRES GEMELAS


POR ROGER ALONSO OCAMPO
Las Torres Gemelas, del World Trade Center de Nueva York, son ya sólo una foto de recuerdo de mi álbum y de millones de turistas que visitaron la ciudad de la Gran Manzana.
El 11 de septiembre de 1990 fui uno de los 100,000 visitantes que acudían diariamente a contemplar estos rascacielos, que quitaron al Empire State el título de edificio más alto del mundo, en 1972.
La torre norte donde estaban las instalaciones de las oficinas y antenas de la cadena de Televisión CNN medía 417 metros de altura (110 plantas), albergaban 21,800 ventanas que no se abrían por razones de seguridad.
En ese lugar se podía comer en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad de Nueva York, el “Windows on the World”. Había una diferencia de dos metros de altura entre las dos torres. La norte medía 417 metros de altura, y la torre sur, 415. Aún así se llamaron Torres Gemelas.
La vista panorámica
En la torre sur se encontraban los observatorios desde los que se divisaba una impresionante panorámica.Ç
Cuando visité la torre sur junto con mi esposa y familiares cercanos, 25 personas alcanzamos en el cuarto del ascensor, y era increíble el recorrido, pues desde la planta baja al piso 107 su recorrido era de tan sólo 58 segundos.
El ascensor alcanzaba una velocidad de 40 Km/h. Desde este piso 107 se podía acceder, si la climatología lo permitía, a la terraza que se encontraba en el piso 110 por medio de escaleras mecánicas.
Los ascensores principales transportaban a la gente de la planta baja a los pisos 60 y 80, de ahí los visitantes tomaban otro ascensor para subir o bajar del edificio; habían ascensores para gente importante VIP y unas dos docenas que lo utilizaban los turistas para subir al último piso donde estaba la terraza.
Los principales ocupantes de las Torres Gemelas eran las Autoridades Portuarias de Nueva York y de Nueva Jersey, el Banco Sumitomo, la Aduana de los Estados Unidos y más de 1000 firmas de negocios internacionales.
Su uso
El espacio útil destinado a oficinas era de 445,000 metros cuadrados. El espacio destinado a estacionamiento de automóviles era relativamente pequeño como es usual en Manhattan, adonde la gente se traslada desde 50 millas dejando sus autos en las estaciones de tren donde viven. Las Torres Gemelas eran una de las principales atracciones de Nueva York.
Una combinación de aluminio y cristal permitía la respiración de los edificios y hacía de éstos sendas imágenes cargadas de una gran sencillez lindante en la austeridad.
Una vez trabajando en Nueva York tuve la oportunidad de conocer a una señora de origen colombiana que era propietaria de una fábrica de bolsas plásticas en su país y recibía todos los jueves un barco cargado de bolsas para basura que eran distribuidas en todo Nueva York. Me contó que en las Torres Gemelas, donde había sedes de 500 sociedades con 50 mil empleados, se consumían unos 8 millones de litros de agua y se generaban diariamente 50 toneladas de basura.
Las Torres Gemelas, construidas en terrenos ganados al Hudson, en medio de otra serie de notables edificios, fueron realizadas por el ciudadano norteamericano de origen japonés Minoru Yamasaki, quien diseñó unas estructuras innovadoras, altísimas, que ponían de manifiesto la fe ciega del capitalismo en el progreso, y se configuraban como grandes centros empresariales emblemáticos.
El arquitecto diseñador ideó unos edificios forrados de una densa estructura de acero y con otro núcleo de acero en el centro, donde se albergaban los ascensores, escaleras y conductos. Esta disposición dejaba unas superficies diáfanas de las plantas y permitía adecuar el edificio para soportar el empuje de los vientos sin grandes oscilaciones.
Las torres eran una imagen del poder del dinero y la capacidad de la tecnología. Pero también eran meca para turistas ávidos de contemplar la verticalidad neoyorquina desde la zona más alta, y para artistas y excéntricos con ganas de atraer la atención.
Para tipos excéntricos
En tres ocasiones las Torres Gemelas ocuparon las primeras planas de los diarios neoyorquinos por celebrarse acontecimientos de gran trascendencia: el equilibrista francés Philippe Petit instaló un cánopi y se cruzó al inmenso vacío entre las dos cimas de las torres.
También fue noticia cuando un paracaidista se arrojó desde allá arriba, en paracaídas, para protestar por el desempleo y el hambre en el mundo, y también cuando el alpinista, George Willig, escaló la torre sur y recibió una fuerte multa por las autoridades judiciales por daño y atentado a la propiedad.
Cuando yo visité Nueva York, en el verano de 1986, me creía muy preparado por mi experiencia previa, sin embargo, todo me sorprendió:
La alarmante construcción de las torres gemelas que se divisan cinco minutos antes de aterrizar, el alarmante rigor de los aduaneros del aeropuerto.
La inmensa terminal de autobuses donde circulan diariamente 3 millones de personas, los insólitos sistemas de pago en los autobuses públicos, la complejidad de las cabinas de teléfono.
Las proporciones casi inconcebibles de los edificios, de las calles y de los ríos, la multiforme variedad de sus gentes, la agitación y el ruido permanente, la vitalidad de una urbe desmedida, donde toda experiencia humana es posible, en fin, todo me sorprendió.

Sólo el recuerdo de esta foto me quedó
Pero a pesar de las constantes visitas a la “Gran Manzana”, fue hasta el 11 de septiembre de 1990 que se me ocurrió conocer por dentro uno de los edificios de las Torres Gemelas construidas a principios de los años 70.

Diez años más tarde que visité uno de los edificios de las torres gemelas no pensé en que quedarían destruidas por un atentado terrorista orientado por el líder del Al Qaeda, Osama Bin Laden.

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