El ex dictador Jean Claude “Baby Doc” Duvalier ha regresado a Haití tras 25 años de exilio en Francia. Todo indica que lo ha hecho con una garantía de protección del Presidente René Préval, enfrascado en una feroz disputa sobre las acusaciones de que un fraude electoral en la primera ronda de los comicios de noviembre favoreció a su yerno.
¡Como si ese malhadado país no tuviese ya suficientes dolencias! Un año después del terremoto que mató a 300.000 personas, una décima parte de la población vive aún en tiendas de campaña. Menos del 30 por ciento de los fondos prometidos a Haití ha llegado. Ninguno de los edificios ha sido reconstruido y sólo ha sido removida una pequeña parte de los escombros. Una epidemia de cólera se ha cobrado cerca de 4.000 vidas. La segunda vuelta de las elecciones ha sido pospuesta indefinidamente mientras la disputa por la primera (no) se resuelve.
Lo último que Haití necesitaba era que un carnicero responsable de incontables asesinatos políticos cometidos por los Tontons Macoutes –la milicia creada originalmente por el padre de Baby Doc, Francois “Papá Doc” Duvalier— y de una corrupción milyunanochesca, aterrizara de pronto en Puerto Príncipe con un pasaporte diplomático y declarase: “Estoy aquí para ayudar”.
La dinastía de los Duvalier, que gobernó Haití durante tres décadas, simboliza, junto con el dominicano Rafael L. Trujillo, la era del caudillo latinoamericano desquiciado que hizo de su país un feudo y se entregó a todas las perversiones utilizando a su pueblo como conejillo de indias. La brutal cleptocracia que los Duvalier impusieron en Haití es una de las razones por las que esa república, cuyos fundadores derrotaron a Napoleón bastante antes que el Duque de Wellington y que solía ser próspera, es el enfermo perpetuo del hemisferio.
René Préval sabe todo esto. Durante su primer gobierno, en la segunda mitad de la década de 1990, dejó en claro que Duvalier, que había jugueteado con la idea de retornar, sería arrestado y enjuiciado si lo hacía. Incluso en fecha tan reciente como 2007, cuando Duvalier dirigió un mensaje radial a la nación, Préval ratificó que la situación no había cambiado. Y el martes Duvalier fue llevado ante un juez en Puerto Príncipe, pero no estaba claro si sería imputado.
Al margen de los acontecimientos confusos del martes, ¿por qué se permitió a Duvalier pasar por inmigración y aduanas con un pasaporte diplomático, saludar a sus simpatizantes, registrarse en un hotel, reunirse con asesores y preparar una conferencia de prensa? Su retorno no puede haber sido una sorpresa ya que, según se ha informado, el gobierno francés conocía sus planes y justificó su propia permisividad con el argumento de que el tirano exiliado era libre de viajar.
Préval está jugando un juego siniestro. Su conducta, desde el año pasado, ha sido la de un hombre empeñado en permanecer en el poder por cuenta ajena. No ocultó su apoyo a su yerno, Jude Celestin, que se postuló para Presidente en las elecciones de noviembre, y surgieron pruebas de su malsana influencia en el ente electoral. Luego, cuando quedó claro que los comicios fueron manipulados para facilitar el paso de Celestin a la segunda vuelta contra Mirlande Manigat, la mujer a quien los resultados daban el primer lugar, se mantuvo en sus trece. Incluso cuando la Organización de Estados Americanos, después de una larga investigación, le entregó un documento declarando oficialmente que el rival de Manigat en la segunda vuelta debía ser Michel Martelly, el popular cantante de kompa que ha revolucionado la política haitiana, Préval se negó a recular.
Qué extraordinaria transformación la de Préval. Fue un Presidente relativamente democrático en la década de 1990 que entregó el poder a su sucesor y que, mientras ejecutaba políticas económicas nada desatinadas, se mostraba a favor de enjuiciar a los militares y policías acusados de violaciones a los derechos humanos. Ahora, siendo él mismo blanco de acusaciones de corrupción y abuso de poder, y en medio del infierno causado por la catástrofe del año pasado, ha decidido traer al país al símbolo de lo peor que tuvo Haití en el siglo 20, matando toda esperanza de que Haití logre paz y estabilidad.
Algo me dice, especialmente si Duvalier intenta volver al poder, que aún no hemos visto lo peor. Confieso que no me sorprendería que en medio del sufrimiento y la desesperanza de la hora actual un número significativo de haitianos empezara a mirar a Duvalier con algo más que simple curiosidad –en el caso de aquellos que son demasiado jóvenes para recordar— o algo menos que repulsión en el caso de los que crecieron escuchando las historias de horror.
¡Como si ese malhadado país no tuviese ya suficientes dolencias! Un año después del terremoto que mató a 300.000 personas, una décima parte de la población vive aún en tiendas de campaña. Menos del 30 por ciento de los fondos prometidos a Haití ha llegado. Ninguno de los edificios ha sido reconstruido y sólo ha sido removida una pequeña parte de los escombros. Una epidemia de cólera se ha cobrado cerca de 4.000 vidas. La segunda vuelta de las elecciones ha sido pospuesta indefinidamente mientras la disputa por la primera (no) se resuelve.
Lo último que Haití necesitaba era que un carnicero responsable de incontables asesinatos políticos cometidos por los Tontons Macoutes –la milicia creada originalmente por el padre de Baby Doc, Francois “Papá Doc” Duvalier— y de una corrupción milyunanochesca, aterrizara de pronto en Puerto Príncipe con un pasaporte diplomático y declarase: “Estoy aquí para ayudar”.
La dinastía de los Duvalier, que gobernó Haití durante tres décadas, simboliza, junto con el dominicano Rafael L. Trujillo, la era del caudillo latinoamericano desquiciado que hizo de su país un feudo y se entregó a todas las perversiones utilizando a su pueblo como conejillo de indias. La brutal cleptocracia que los Duvalier impusieron en Haití es una de las razones por las que esa república, cuyos fundadores derrotaron a Napoleón bastante antes que el Duque de Wellington y que solía ser próspera, es el enfermo perpetuo del hemisferio.
René Préval sabe todo esto. Durante su primer gobierno, en la segunda mitad de la década de 1990, dejó en claro que Duvalier, que había jugueteado con la idea de retornar, sería arrestado y enjuiciado si lo hacía. Incluso en fecha tan reciente como 2007, cuando Duvalier dirigió un mensaje radial a la nación, Préval ratificó que la situación no había cambiado. Y el martes Duvalier fue llevado ante un juez en Puerto Príncipe, pero no estaba claro si sería imputado.
Al margen de los acontecimientos confusos del martes, ¿por qué se permitió a Duvalier pasar por inmigración y aduanas con un pasaporte diplomático, saludar a sus simpatizantes, registrarse en un hotel, reunirse con asesores y preparar una conferencia de prensa? Su retorno no puede haber sido una sorpresa ya que, según se ha informado, el gobierno francés conocía sus planes y justificó su propia permisividad con el argumento de que el tirano exiliado era libre de viajar.
Préval está jugando un juego siniestro. Su conducta, desde el año pasado, ha sido la de un hombre empeñado en permanecer en el poder por cuenta ajena. No ocultó su apoyo a su yerno, Jude Celestin, que se postuló para Presidente en las elecciones de noviembre, y surgieron pruebas de su malsana influencia en el ente electoral. Luego, cuando quedó claro que los comicios fueron manipulados para facilitar el paso de Celestin a la segunda vuelta contra Mirlande Manigat, la mujer a quien los resultados daban el primer lugar, se mantuvo en sus trece. Incluso cuando la Organización de Estados Americanos, después de una larga investigación, le entregó un documento declarando oficialmente que el rival de Manigat en la segunda vuelta debía ser Michel Martelly, el popular cantante de kompa que ha revolucionado la política haitiana, Préval se negó a recular.
Qué extraordinaria transformación la de Préval. Fue un Presidente relativamente democrático en la década de 1990 que entregó el poder a su sucesor y que, mientras ejecutaba políticas económicas nada desatinadas, se mostraba a favor de enjuiciar a los militares y policías acusados de violaciones a los derechos humanos. Ahora, siendo él mismo blanco de acusaciones de corrupción y abuso de poder, y en medio del infierno causado por la catástrofe del año pasado, ha decidido traer al país al símbolo de lo peor que tuvo Haití en el siglo 20, matando toda esperanza de que Haití logre paz y estabilidad.
Algo me dice, especialmente si Duvalier intenta volver al poder, que aún no hemos visto lo peor. Confieso que no me sorprendería que en medio del sufrimiento y la desesperanza de la hora actual un número significativo de haitianos empezara a mirar a Duvalier con algo más que simple curiosidad –en el caso de aquellos que son demasiado jóvenes para recordar— o algo menos que repulsión en el caso de los que crecieron escuchando las historias de horror.
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