martes, 26 de octubre de 2010
Los alumnos más excelsos del país
Uno fue el mejor bachiller del país hace ocho años y ha logrado títulos, estudió su carrera y una maestría fuera del país gracias a becas. Otro, el mejor estudiante del 2003 es ingeniero en sistemas, no le interesa estudiar fuera del país, sino que investiga por su cuenta y recuerda que la única vez que lo reprobaron fue por miedo al agua
Marco Castro, mejor bachiller del país en el 2002, nunca ha pagado por estudiar. La primaria y la secundaria las hizo en escuelas públicas. Hasta los 11 años fue a la Isabel Lizano, una escuela que le quedaba a pocas cuadras de su casa en el barrio Santa Ana, de Chinandega, la ciudad donde creció y aún vive. Hasta allí lo llevaron muchas veces de la mano su abuela y su bisabuela, que recién falleció. Mientras que la adolescencia la desquitó en el Instituto Nacional Autónomo de Chinandega, un centro de estudios que alberga a unos cuatro mil muchachos y de donde egresó como el mejor alumno. Más tarde, su carrera universitaria, en el extranjero, también la hizo sin pagar ni un peso. Y más tarde, a mediados de este año, culminó una maestría en Estados Unidos, con la gracia de una beca.
Si le tocara, Castro, de 24 años, podría decir que ha pagado su educación a través de una fórmula simple: estudiar y estudiar. Lo ha hecho por placer, porque le gusta, porque es curioso. “Nadie me lo impuso nunca”, dice este muchacho que en la actualidad es jefe de Planeación y Control en la Gerencia de Fábrica del Ingenio Monte Rosa, a 20 minutos de Chinandega.
Siempre, desde sus primeros grados, fue el mejor. Lo fue en primaria cuando coronó como el mejor de su primaria y del municipio. Y luego fue el mejor en cada año de los cinco de secundaria. Castro tal vez parezca exagerado cuando dice que la única nota baja que obtuvo fue el setenta que le pusieron en conducta alguna vez, porque hablaba mucho.
En sus boletines nunca hubo un ochenta. Un noventa para él ya era una nota que golpeaba su ego, por eso siempre procuró que el marcador de su boletín permaneciera con la nota máxima. Cuatro veces fue el primero y segundo lugar de las Olimpiadas Matemáticas nacionales. Y la vez que no estuvo entre los mejores del país fue el mejor del departamento.Por si fuera poco, Marco también quedó como el número tres en el municipio en ortografía. Aunque él dice que las letras no son su fuerte, sino los números. “Las matemáticas están en todas partes de la vida”, dice con pasión.
Para muchos de los mejores bachilleres la competencia matemática es el calentamiento cerebral del concurso de mejor alumno que se escoge cada año semanas antes de las Fiestas Patrias, que es cuando se oficializa ante al país al mejor alumno de primaria del país, al mejor bachiller, al mejor estudiante de las normales y al mejor maestro del país.
Para la ocasión, el presidente de turno les cuelga una medalla en el cuello, a veces entrega un computador, y se lee el decreto de La Gaceta.
En el año 2002, cuando Marco subió, fue el mandatario Enrique Bolaños (2001-2006) quien le puso la medalla. Inmediatamente, llegaron las ofertas de becas universitarias. La UCA (Universidad Centroamericana), la UAM (Universidad Autónoma Americana) y la Thomas More le ofrecieron becas completas. Pero él había hecho gestiones para estudiar fuera, en la universidad John Brown, en Arkansas, Estados Unidos, y para allá se fue becado, a mediados del 2003. Estudió ingeniería mecánica y se graduó con honores. Su promedio final fue 3.6 de 4, lo que equivale a un 90 sobre 100.
Marco nunca había vivido fuera de Chinandega, por eso la estadía en Estados Unidos le costó al comienzo. La única vez que había salido del país fue a El Salvador, a la competencia iberoamericana de Matemáticas, donde no ganó nada.
“Me hacía mucha falta mi familia”, dice. Su familia son sus abuelas, su abuelo y su mamá. A ellos les agradece sus logros. Sobre todo a su mamá. “Ha sido mi inspiración”, dice. Y también su ejemplo. Su mamá fue madre soltera, como miles en este país, y sacó su carrera de contabilidad, estudiando los sábados, trabajando de lunes a viernes, y siendo madre después del horario laboral. Marco dice que en un radio familiar de unas 20 personas, ella y él son los únicos universitarios. Y él es el único con maestría. Después que terminó la carrera en la John Brown regresó al país y consiguió trabajo en el ingenio Monte Rosa. Allí estaba cuando le aprobaron la beca para hacer una maestría en la universidad estatal de Arkansas. Su tesis la hizo sobre almacenamiento de energía en plantas térmico-solares. Esta vez logró cuatro sobre cuatro. Marco dice que hay la posibilidad de doctorado, pero, por ahora, quiere hacer una carrera laboral en el ingenio que pertenece al grupo Pantaleón. Aunque ha ido con prisa, y parece que ha pasado compitiendo sus 24 años, sabe que aún le queda mucho tiempo para ir por nuevos títulos.
DESCENDIENTE DE MATEMÁTICOS
Si Rabindranath Busto Martínez, mejor bachiller del país en el 2003, hubiera tenido que nadar 100 metros en una piscina como una prueba más para ser el mejor estudiante, tal vez nunca se hubiera convertido en el mejor expediente de secundaria de ese año. A Busto, que debe su nombre al Nobel hindú Rabindranath Tagore, lo aplazaron en educación física porque le tenía miedo al agua y no lo hacían meterse en la piscina. Estudiaba en el colegio Salesiano de Masaya, donde hizo los dos últimos años de primaria y toda la secundaria, y era obligatorio recibir clases de natación, pero Busto no podía meter los pies al agua porque le daba pánico. Recuerda que en un bimestre se sacó cero. Al fin se metió un par de veces, y pasó con las completas, con sesenta. Fue un caso perdido, reconoce, y con un guiño en el labio derecho con el que termina esbozando una sonrisa, confiesa que ya superó ese miedo, pero tampoco es que ahora le guste practicar natación.
A Busto, que es ingeniero en sistemas y trabaja para la Distribuidora Nicaragüense de Petróleos, lo que siempre le ha gustado son los números. Desde niño. A lo mejor lo trae en los genes. Sus papás estudiaron en la ex Unión Soviética: ella economía y él matemática aplicada. Allá en la ciudad de Donetsk, una de las más conocidas de Ucrania en la actualidad, abrió los ojos el pequeño Rabindranath. Pese a la cercanía de su nombre con la lírica y las letras, fue a los números a los que de verdad lo acercó su familia.
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