domingo, 24 de octubre de 2010

Hondureño relata cómo escapó de los Zetas


San Pedro Sula, Honduras
Por huir de la crisis que lo asfixiaba y querer ver a sus hijas que viven en Estados Unidos, un ex miembro del Ejército hondureño vio de cerca el rostro de la muerte cuando cayó en las garras de los Zetas a su paso por territorio mexicano.
El ciudadano, cuyo nombre omitimos por su propia seguridad, logró escapar de los criminales que lo mantenían secuestrado junto con otros indocumentados en la comunidad de Reynosa en el norte de México, cuando iba de mojado a Estados Unidos.
Tratando de ocultar un gesto de angustia bajo su visera, relató que durante los 19 días que estuvo cautivo en aquella guarida de la muerte pudo ver cómo eran torturados hasta quedar desfallecidos los demás indocumentados que se negaban a “colaborar”. “A los que no querían dar los números de teléfono de sus familiares en Estados Unidos los sacaban de noche y no los volvíamos a ver, suponemos que iban a matarlos”, dijo el entrevistado.
Resulta que aunque los familiares pagaran el rescate que pedían los miembros de la organización criminal, los migrantes siempre eran desaparecidos, lo cual evidenciaba que en esa llamada casa de seguridad nadie tenía asegurada la vida, según expresó el hombre de 52 años.
Eso fue lo que lo impulsó a tomar la determinación de planificar su fuga aún bajo el riesgo de perder su vida. “Como había sido soldado pensé que era mejor morir en la guerra a que me dieran un balazo en la cabeza y me tiraran al río Bravo”.
La odisea
El hombre había salido de Santa Rosa de Copán el pasado 21 de marzo sin más compañía que una mochila de ilusiones. Estuvo trabajando durante dos meses como mesero en el Distrito Federal mientras una de sus hijas, residente en California, reunía los dólares que necesitaba para pagar el “coyote” que lo trasladaría al otro lado de la frontera.
Por fin se aventuró a irse en autobús hasta la zona fronteriza porque un coyote de la capital mexicana le cobraba mucho dinero, y llegó hasta Reynosa, Tamaulipas.
“Como no llevaba suficiente dinero me quedé en la Casa del Migrante La Guadalupe durante una semana. Estando allí, mi hija me llamó para decirme que buscara un coyote para que me llevara hasta Houston”, relató.
De la Casa del Migrante salió, con dos mexicanos, un guatemalteco y otro hondureño, en busca del traficante de indocumentados al que no fue difícil contactar por teléfono.
“Nos dijo que no reuniéramos en la plaza central de Reynosa, frente a la Presidencia Municipal y que nos cobraría dos mil dólares a cada uno por trasladarnos a Houston”.
El supuesto pollero aceptó incluso que no le dieran dinero, sino hasta ponerlos al otro lado. “Eran las cuatro de la tarde cuando nos llevó a una casa donde dijo que tenía más gente que también pasaría a medianoche”.
Cuando el grupo llegó a una casa de dos plantas se encontró que en la misma había de 80 a 90 personas de diferentes nacionalidades con caras de terror. “Nos dimos cuenta que las cosas habían cambiado completamente cuando aparecieron unos hombres armados y nos dijeron que eran del cartel del Golfo de México, que son los mismos Zetas”.
También les exigieron que se comunicaran con sus familiares para que les mandaran el dinero del traslado a Estados Unidos. “Ése no fue el trato que hicimos con el coyote”, se atrevió a responder uno de los indocumentados.
No había terminado de hablar el mojado cuando el hombre armado le espetó: “Olvídense del coyote, aquí es otra cosa, o colaboran o les refrescamos la memoria, les vamos a dar un ejemplo de lo que hacemos con los que no colaboran”.
Enseguida abrieron un cuarto y sacaron a seis personas enchachadas, con un cinta adhesiva en la boca y señales de tortura, a quienes comenzaron a golpear delante de todos, con un cuartón de dos por cuatro.
“Estaban tan maltratadas aquellas personas que a cada golpe se iban al suelo”, dijo el hondureño.
Agregó que ante semejante demostración no tuvo otra alternativa que proporcionar el número de teléfono de su hija en California. “Ellos pedían cinco mil dólares, pero en coordinación con la otra hija que vive en Honduras, logramos reunir mil dólares con la promesa de que el resto lo conseguiríamos después”.
Refirió que mientras llegaba el resto de la plata fue trasladado a otra casa cerca del río Bravo. “Veía cómo sacaban a los que no cumplían con el pago, supuestamente para matarlos. Oí que a los que mataban los metían en unos barriles con químicos para desintegrarlos y que no quedaran señas del crimen”.
Viendo que podía correr la misma suerte, el hondureño hizo un plan para escapar y se lo comunicó a sus compañeros por si querían acompañarlo. Un mexicano le advirtió que aunque lograra escapar siempre lo iban a matar porque en el barrio El Pato, donde estaba la casa, todos trabajaban para los Zetas y hasta la misma Policía estaba comprada.
“Si no te agarra la Policía están Los Halcones, un grupo criminal ligado al cartel del Golfo de México, que hace ronda en bicicletas”, le dijo.
La fuga
Nada lo detuvo, el temor a la muerte más bien le dio valor. Un domingo a las cuatro y media de la madrugada el hondureño salió sigilosamente aprovechando que la noche anterior los bandidos se habían desvelado celebrando el éxito de un envío de droga a Estados Unidos.
“No había pegados los ojos toda la noche vigiándoles el sueño. Cuando vi que los guardias estaban dormidos salí al solar adonde había otro fondeado sobre el arma. Luego salté un cerco de alambre de púas y caí a una calle desolada”.
Dice que tras que se vio libre comenzó a correr hasta que llegó a la Casa del Migrante, que ya conocía, adonde le brindaron auxilio. No obstante, no quiso dar declaraciones y más bien exigió que lo trasladaran a la capital porque en Reynosa no se sentía seguro.
En el Distrito Federal, adonde fue trasladado en avión, dio declaraciones a Migración, a la Secretaría de Gobernación y a la Procuraduría, quienes le dieron el apoyo que ni la misma embajada de Honduras le proporcionó.
Incluso lo mandaron resguardado hasta Tapachula y le dieron una visa humanitaria por si quería quedarse trabajando en México. Sin embargo, se le helaba la sangre de sólo pensar qué le pasaría si volvía a caer en manos de los Zetas. Dice que regresó el pasado martes a Santa Rosa con sus bolsillos vacíos, pero lejos de los tentáculos de la organización criminal.

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