lunes, 4 de abril de 2011

El aborto


TEGUCIGALPA,

HONDURAS

Julio y Marina eran novios en secreto, sus papás no sabían de aquella relación amorosa. Una tarde él la llevó a una pensión y ahí tuvieron su primera relación sexual, sin tomar en cuenta que tarde o temprano ella saldría embarazada. Una mañana Marina se levantó precipitadamente de su cama y se fue al sanitario con deseos de vomitar; trató de no hacer ruido para no alertar a su mamá.

Por la mañana le dijo a Julio que creía que estaba embarazada. La preocupación y el susto fueron tremendos para los muchachos.
-¿Y ahora qué hacemos? - dijo ella- mi mamá me va a matar.
-No te preocupes, voy a platicarle del asunto a un primo mío que se las sabe todas -manifestó Julio.

Dos días más tarde Julio llevó a su compañera a una casa ubicada en un barrio de Tegucigalpa donde había una señora que se dedicaba a hacer abortos. Había ahí mujeres de diferentes edades haciendo turno para abortar, nadie hablaba, todas guardaban silencio, se sentía en el ambiente un sentimiento de culpa. Al fin le llegó el turno a Marina, que puso su vida en manos de una mujer desconocida. Visiblemente nerviosa escuchó aquella voz autoritaria: - Desnúdate cipota, no puedo perder mi tiempo con vos.

Aquella fue una horrible experiencia, con instrumentos metálicos y una pinza la mujer le sacó el fruto de sus extrañas, arrojándolo en un balde lleno de sangre. Salió pálida de aquel cuarto a punto de desmayarse, se agarró de Julio y le dijo: -Espérate un poquito que estoy muy débil.

Cuando llegaron a sus casas se separaron, ella puso su mochila sobre el sofá haciéndole creer a la mamá que regresaba de clases, la saludó manifestándole que iba a descansar en la cama porque llegaba rendida del colegio. Pasaron los días y Marina había tomado pastillas contra el dolor y antibióticos para evitar una infección, las cosas marcharon aparentemente bien. Una tarde cuando regresó del colegio, doña Lidia, que así se llamaba la mamá, le dijo: -Fijate Marina que no sé cómo se metió un cipote a la casa, comenzó a correr, se metió a tu cuarto y cuando lo busqué, no lo encontré. La muchacha sonrió y le dijo: -Ay mamá, usted bien sabe como son esos cipotes del barrio, siempre se meten a las casas, no le pare bola a eso.

-No es eso, hija, es que todas las puertas estaban cerradas y no sé por dónde se metió.

Julio estaba sentado en una banca del parque central esperando a Marina, no se mostraba alegre como en otras ocasiones.
-¿Qué te pasa, Julio? Te miro tan raro.
-No es nada, Marina, es que a mi mamá se le meten una tonterías que de repente queda loca.
-¿Te dijo algo? -preguntó la muchacha- ¿Te regañó? Julio la miró de pies a cabeza y contestó:
-No, no me dijo nada, no me regañó, pero te digo que esta quedando chiflada. Dijo que había oído que dentro de mi cuarto se estaba riendo un cipote, que había ido a ver y no encontró a nadie. Esas papadas me preocupan.

Marina no dijo nada sobre lo que la mamá le había contado del niño que apareció en su casa; Julio y ella se tomaron de las manos y se fueron al colegio platicando de otras cosas. Por miedo habían dejado de tener relaciones sexuales y prometieron que hasta que se casaran llevarían una vida llena de felicidad.

Marina cenó, luego hizo sus tareas y posteriormente acompañó a su mamá a ver una telenovela. A las nueve de la noche ambas mujeres se fueron a sus respectivas habitaciones, a medianoche Marina se despertó gritando: ¡Mi hijo… mi hijo! ¡Se está muriendo de hambre! ¡Mi hijo!
Inmediatamente doña Lidia se levantó para auxiliar a su hija:
-Ya pasó, hija, ya pasó... tuviste una pesadilla.

A partir de aquel momento comenzó una tortura para madre e hija. Marina se despertaba gritando: ¡Mi hijo! ¿Dónde dejaron a mi hijo?
Ante tal situación doña Lidia se pasó a dormir al cuarto de su hija, no sabía qué hacer y no se explicaba el origen de aquellas pesadillas.
Eran las once de la noche cuando madre e hija escucharon el llanto de un niño, una luz verdosa invadió la habitación, sobre la cama estaba un recién nacido cubierto de gusanos. Marina corrió hacia el niño, lo levantó de la cama y lo arrulló en sus brazos mientras los gusanos caían al piso.
-Yo lo aborté mamá… jajajaja… Yo lo aborté, pero es mío… Mi hijo es mío, jajajaja.

La ambulancia se llevó a Marina al manicomio, el fantasma del hijo no nacido la había enloquecido.

Días más tarde le informaron a doña Lidia que su hija se había ahorcado en el manicomio. Algunos pacientes de la casa de locos contaban que en la celda de Marina escuchaban el llanto de un niño.

Doña Lidia le pidió perdón a Dios por el pecado que cometió su hija y que la llevó a la muerte. En cuanto a Julio, a pesar de su juventud parecía haber envejecido 20 años.

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