miércoles, 13 de abril de 2011

Los líderes de la insurgencia quieren más apoyo de Estados Unidos


En las calles del mundo árabe y musulmán las banderas de Estados Unidos a menudo son pisoteadas y acaban incendiadas, y las efigies de cartón de sus presidentes, en llamas. En Libia, no. El odio que profesan la gran mayoría de ciudadanos a Muamar el Gadafi supera con creces al arraigado sentimiento anticolonialista, más vigoroso entre los entrados en años que entre los jóvenes, que suman el 60% de la población. La sublevación tiene un objetivo: destronar al tirano. Pero quienes la encabezan carecen de la capacidad para derrotar a su Ejército y saben que solo un respaldo sustancial de los países occidentales puede ayudarles en su larga travesía hasta Trípoli. Y quieren que Estados Unidos, que dirigió las operaciones militares hasta ceder el testigo a la OTAN el 31 de marzo, se implique más en la guerra. A Washington se dirigen gran parte de sus mensajes. Las barras y estrellas no se queman en Bengasi. Ondean a diario.

Solo Francia, Italia y Catar han reconocido formalmente al Consejo Nacional como representante legítimo de Libia. Pero desde que a comienzos de marzo se constituyó este Gobierno transitorio de los rebeldes, sus dirigentes se esfuerzan por ofrecer la mejor de las imágenes, la que desean ver en Washington, donde predomina la suspicacia sobre la identidad de los líderes insurrectos, y muchas más sobre el día después de la revolución. No basta a los insurgentes con una OTAN dividida, que ayer bombardeó un depósito de armas subterráneo en las cercanías de Trípoli, tan necesitados como están de ayuda humanitaria y combustible.

"Estados Unidos no nos ha reconocido, pero lo que nos importa son los hechos. Exige que Gadafi abandone el poder, y ha enviado a un representante a Bengasi. Y la Unión Europea también se ha reunido con el Consejo Nacional. El mundo cambia a nuestro favor. Es cierto que si nos reconocieran formalmente ayudarían más, pero también comprendemos sus problemas de política interna", afirma Mustafá Gheriani, portavoz del Consejo y empresario a caballo entre Michigan y Libia, en un intento por restar relevancia al recelo norteamericano. Sin ese visto bueno oficial, la exportación de petróleo tropieza con un sinfín de escollos. Y la adquisición de armamento resulta, por el momento, inviable.

Los principales ministros libios son anglófonos, educados en universidades estadounidenses y residentes durante décadas en este país; en los pasillos de los edificios oficiales se escucha tanto árabe como inglés, en boca de jóvenes emigrantes retornados a Libia; y una empresa de comunicación norteamericana, Harbour, asesora a los insurgentes. Desde el comienzo de su andadura, el Consejo tenía claro a quién debía dirigir su mensaje político.

Un documento sobre la estrategia de comunicación del Consejo al que ha tenido acceso este diario establece que sus portavoces, "con buen nivel de inglés y capacidad para hablar en público", deben refutar las "mentiras del régimen", "pasar a la ofensiva para desacreditar" al Gobierno de Gadafi y "preparar estrategias de confusión sobre noticias" desfavorables. Y añade dos apartados: "Debe limitarse la aparición de armas tanto como sea posible" y "ha de enfatizarse la presencia de mujeres, también las que no llevan velo, y de los jóvenes".

En alguna medida, se está consiguiendo que las armas dejen de tronar cada vez que un tipo quiere sacar músculo. Pero la cuestión de las mujeres es harina de otro costal. Y no digamos de las que no llevan velo. No obstante, las dos únicas portavoces del Consejo -las hermanas Bugheigis- nunca se cubren la cabeza, a diferencia de casi todas las libias de la oriental Cirenaica, y su inglés roza la excelencia. Adecuado para sus interlocutores.

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