viernes, 15 de abril de 2011

OPINION....¿Por qué la cruz?

Porque la pide y la manda el Señor. En Mateo 10,38-39 dice Jesús: “El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí. El que encuentra su vida la perderá y el que pierda su vida por mí, la encontrará”. En el camino del Reino se exige un amor cada vez más grande e intenso a Dios y a los demás y eso implica un irse olvidando de sí mismo, matando ese ego egoísta, vanidoso y orgulloso que tantas jugarretas nos hace. Cuando uno es capaz de ponerse en segundo lugar para promover la causa del Reino, un mundo nuevo, tiene que renunciar a comodidades, gustos, posesiones y privilegios y sólo así puede cumplir el mandato del Señor de ir por todas partes predicando la buena noticia. Y esto es igual para obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Cada uno en su ambiente tiene que darlo todo por el Reino.

Porque Jesús cargó, asumió y transformó en salvación la cruz. Su vida entera fue un tomar la cruz por amor y llevarla. Nació en una cueva en Belén, vivió como emigrante forzado con su familia en Egipto, luego la vida sencilla y pobre en Nazaret y una vida pública llena de persecuciones, calumnias y su pasión y muerte. Jesús nos dice en Lucas 24,26: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?”. Él cargó con todo el peso de nuestros pecados y pagó el precio del rescate, que era dar la vida, derramar su sangre, ser despreciado por todos.

“Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno a quien se oculta el rostro, era despreciado y no lo tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!... Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus moretones hemos sido curados”, Isaías 53,3 ss. Por lo tanto, la cruz es camino de Salvación. Inmolarse por la causa de la redención de la humanidad fue la opción tomada por Jesús obedeciendo al Padre que lo entregó para abrirnos las puertas del cielo.

Porque no hay amor sin cruz. Cuando uno ama se identifica en todo con las personas que uno quiere. Hay una relación de empatía y uno vive en el corazón del otro. El Verbo se encarna y desde allí asume toda la historia de la humanidad metiéndose hasta el fondo en la vida del ser humano. “Se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo como tal y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”, Filp. 2,7 ss. Desde el corazón del mundo vivió todas las tragedias frutos del pecado, asumiendo todo y lavando con su sangre todas nuestras manchas y levantándonos hacia el cielo y eso le costó la vida.

Porque no hay triunfo ni éxito auténtico sin cruz. Jesús rechazó la opción presentada por el tentador de lanzarse del templo y que los ángeles lo recibieran y así ganarse de una sola vez la admiración y seguimiento del pueblo. Asumió el “camino estrecho” de ir ganando los corazones de la gente poco a poco con la predicación por pueblos y aldeas, las sanaciones y curaciones, la apertura compasiva a los pecadores, la paciencia y misericordia con los que lo persiguieron y luego mataron. En la cruz, siempre dueño de sí mismo, venció al pecado y a la muerte eterna y triunfó, ya que dio la vida por amor. Él pudo haber mandado doce legiones de ángeles y acabar con todos.

Pero había que salvar, no destruir; redimir, no condenar, y por eso entregó su vida.

Un cristianismo sin cruz no es auténtico. El testimonio de los grandes santos lo atestigua. Todos consagraron su vida por amor y eso los llevó a los más grandes sacrificios, soportando todo por fidelidad. Los caminos “light” no llevan a la salvación. La cruz nos purifica, nos hace madurar y santificar. Asumir con amor los dolores, angustias y dificultades de la vida y ofrecer el dolor por la salvación de todos, eso es llevar la cruz. Imitar a Cristo implica asumir su actitud de sacrificio por amor. La auténtica alegría la produce el llevar la cruz con amor y fidelidad. El más feliz es el que encuentra sentido a su vida dándose sin límites en amor a Dios y a su próximo. El Señor nos da la fuerza para llevar la cruz que nos hace parecernos más a Él y con Dios somos invencibles. Amén.

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