POR FERNANDO CENTENO
No tuve el gusto de conocer al profesor Filadelfo Benavente, quien a sus 72 años impartía clases de artes marciales en un centro de Bello Horizonte, transmitiendo sus conocimientos, valores, y el sagrado derecho que tiene toda persona a defender su vida y su propiedad ante cualquier agresión.
A principios de este mes, en lo que se afirma es la capital más segura de Centroamérica, el profesor Benavente caminaba de la escuela a su hogar en las semioscuras calles del barrio, cuando dos delincuentes a bordo de una motocicleta le arrancaron la vida por robarle un celular.
No hubo testigos, pero es de suponer que el profesor reaccionó como cualquier otra persona lo hubiera hecho: defender su propiedad y su vida. Pero en ese momento dos desalmados, con un total irrespeto a la vida humana dispararon y perforaron el pecho del estimable hombre, que durante muchos años transmitió el significado del bien y el mal, lo tuyo y lo mío, y que la convivencia humana debe descansar en el respeto a los demás, a sus ideas, a sus acciones, a su propiedad.
Posiblemente no haya estadísticas sobre el número de personas que han sido asaltadas, o muertas a cambio de un celular o cualquier aparato electrónico similar, en un país donde cada día se incrementa la violencia en los barrios y calles, y disminuye la confianza y la credibilidad en la institución encargada de garantizar la seguridad de los ciudadanos.
La muerte de este hombre de bien, como le calificaron sus alumnos, será una estadística más dentro de los expedientes de la Policía, pero está revestido de un simbolismo en el cual debemos reflexionar profundamente sobre qué hacer en el momento que un delincuente nos encañona en una especie de “la bolsa o la vida”.
La bolsa es como el símbolo de nuestros derechos, nuestra libertad, nuestros principios y valores. La defensa de los mismos es algo que desde pequeños nos han inculcado de que el respeto al derecho ajeno es la paz y que mi derecho comienza donde comienzan los derechos de los demás.
Que nuestro principal derecho a defender es el derecho a la vida, y luego vendrá el derecho a la libertad, la educación, la salud, la vivienda, y otros inherentes al ser humano, porque hacerlo conlleva el bienestar común, la paz y el futuro para nuestros hijos.
Pero, ¿qué hacer cuando alguien te encañona y te amenaza? ¿Qué hacer cuando tus principios y valores te hablan del respeto, de tolerancia y de paz y de pronto te das cuenta que están pisoteando tus derechos, violentando las leyes, te agreden, te engañan, se burlan, y te menosprecian?
La violencia que se vive en las calles no es más que el reflejo de una sociedad que ha perdido la confianza y la credibilidad en sus instituciones y un Estado que ha hecho colapsar la institucionalidad con una Corte Suprema espuria, un tribunal electoral fraudulento, y unos dirigentes que han perdido la credibilidad y el respeto llevándonos a una anarquía y una inseguridad donde la frase “la bolsa o la vida” podría continuarse repitiendo en el día a día.
Esto nos obliga a reflexionar, ¿qué hacer en ese momento? ¿Dejar que nos arrebaten la vida y con ella todos nuestros sueños e ilusiones?
Habrá varias respuestas a esta interrogante, pero lo principal es el principio de, que “derecho que no se defiende, es derecho que se pierde
” y aún estamos a tiempo de defendernos ante quienes pretenden arrebatar nuestra incipiente democracia.
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