En el discurso que pronunció en la reunión del Foro de Sao Paulo en Managua, el jueves de la semana pasada, Daniel Ortega sentenció que “no existe la democracia posible con la esencia misma que tiene el capitalismo. Nos vemos obligados por la circunstancias históricas —dijo— a batallar en el campo electoral para ganar espacios, pero eso no significa que así se garantiza la democracia”. Y agregó el caudillo sandinista: “Buscamos cómo avanzar para no convertirnos en administradores de los capitalistas que tratan de dividirnos diciendo que esta izquierda no es democracia, porque no acepta las reglas que dictan en Washington con el gran capital, que dicta la Unión Europea”.
Por su parte el expresidente izquierdista de Brasil, Luiz Inacio (Lula) da Silva, quien fue el personaje más importante que asistió a la reunión del Foro de Sao Paulo en Managua, proclamó en su discurso: “El Frente Sandinista de Liberación Nacional, que dirige el presidente Daniel Ortega, ‘es la fuerza democrática más viva, que más ha evolucionado’”.
Lo dicho por Lula da Silva sonó como un ofensivo sarcasmo, como una grotesca burla, pues en el mismo momento que consagraba a Daniel Ortega como “la fuerza democrática más viva”, en las afueras del hotel capitalino donde se realizaba el cónclave de partidos y movimientos políticos izquierdistas de América Latina y el Caribe, una pandilla de integrantes de las turbas sandinistas que lucían camisetas con la leyenda “Yo amo a Daniel” y “Yo amo a la JS 19” (Juventud Sandinista 19 de Julio), golpeaban con ferocidad a miembros de otros grupos de izquierda —también sandinistas, pero no orteguistas—, que querían participar en la reunión del Foro de Sao Paulo. Y atacaban también, con igual saña, a periodistas independientes que trataban de dar cobertura al evento público.
Por lo que sabemos, durante el gobierno en dos períodos que ejerció Lula da Silva, en Brasil no se practicó esa “democracia” fascista de turbas que acostumbra el orteguismo. Se creía que esos procedimientos fascistas no se practicaron durante el gobierno de Lula, porque él es de izquierda pero democrático y por lo tanto tolerante de las disidencias, de la oposición política y de la libertad de expresión, como se acostumbra en cualquier democracia, ya sea de derecha, de centro o de izquierda.
Sin embargo, a juzgar por lo que dijera Lula en la reunión de Managua del Foro de Sao Paulo, acerca de que Daniel Ortega y sus turbas fascistas son “la fuerza democrática más viva”, lo que se puede inferir es que seguramente él, Lula, quería gobernar en Brasil de la misma manera que gobiernan Daniel Ortega en Nicaragua, Hugo Chávez en Venezuela y Fidel y Raúl Castro en Cuba. Pero no pudo, por múltiples razones se vio obligado a respetar las reglas de la democracia y a mantener los principales parámetros económicos de su antecesor liberal, Fernando Henrique Cardozo, por lo cual fue elogiado por los altos círculos gubernamentales de Estados Unidos y Europa.
En cuanto a lo dicho por Daniel Ortega en el Foro de Sao Paulo (que las circunstancias históricas lo obligan a batallar en el campo electoral, pero que para él eso no es democracia), nosotros en diversas ocasiones hemos señalado que el hecho de que Ortega y el FSLN usen y aprovechen para sus propios fines las instituciones y mecanismos de la democracia, como las elecciones, no significa que sean demócratas.
Hitler y Mussolini también utilizaron los instrumentos de la democracia y subieron al poder por medio de elecciones. Sin embargo eso no ocurrió porque ellos eran demócratas, ni porque su propósito era preservar y mucho menos fortalecer la democracia, sino porque querían destruir el sistema democrático como en efecto lo hicieron.
En la actualidad, solo unos pocos movimientos ultraizquierdistas recalcitrantes, como las FARC de Colombia, siguen aferrados a la antigua estrategia de la lucha armada para la toma del poder. Por el contrario, la mayor parte de los partidos de extrema izquierda y movimientos populistas radicales han escogido la estrategia de aprovecharse de la democracia para alcanzar sus fines, o sea, tomar el poder, abolir en forma gradual o drástica la democracia, e imponer la falsa “democracia popular” o “democracia del poder ciudadano”, como ellos suelen llamar al régimen totalitario.
Pero eso no tiene nada de nuevo. También los comunistas llamaban sistema de “democracia popular” al comunismo totalitario que impusieron a sangre y fuego en varios países de Europa Oriental y Asia, montados sobre los tanques soviéticos, después de la Segunda Guerra Mundial.
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